El maravilloso estudio de Joan Miró

“Hay que pintar pisando la tierra, para que entre la fuerza por los pies. Cuando tengo frío me pongo sobre la estera; es como la tierra, también sale de la tierra misma…Hay que pintar pisando la tierra.”
Joan Miró soñó con un gran taller, un estudio propio donde poder dar rienda suelta a su impulso creativo.
Un refugio
Son muchos los lugares de trabajo que irá ocupando a lo largo de su trayectoria artística, hasta encontrar su refugio definitivo en la isla de Mallorca.
En 1956 Miró se instala en Son Abrines e inaugura por fin el taller que había anhelado durante toda su vida, diseñado por su amigo Josep Lluís Sert. Artista y arquitecto encuentran inspiración en el respeto al paisaje y las técnicas y materiales locales, con lo que este edificio supondrá para ambos un retorno a las líneas simples y atemporales de las construcciones y tradiciones del Mediterráneo.
El espacio en que se desata la fuerza de su obra no está delimitado por ningún muro. Aquello que se mantiene constante en unos y otros, y que llevaría consigo en sus desplazamientos, es el microcosmos de los objetos encontrados con los que va construyendo una pátina que envuelve lo construido para protegerle de la realidad exterior y crear la suya propia.
La isla y el Mediterráneo le ofrecerán finalmente un remanso donde condensar sus inquietudes para después liberarlas con más ímpetu que nunca. El taller diseñado por Sert será la cueva, el lugar donde desplegar toda la fuerza de su obra.
“La luz de Mallorca está impregnada de purísima poesía; a mí me recuerda la luz de esas cosas orientales que se presentan como vistas a través de un velo, la luz de esas cosas minuciosas que se dibujan… No es nada casual, nada gratuito, que yo me haya venido a vivir y a trabajar aquí… Yo no podría vivir en un país desde el que no se viera el mar”.
Con cariño, casa bedu.